Quizás deba volver
a Spinoza. Pero, ahora, con un grado de seriedad mayor que el que
experimenté en mis años de estudiante de filosofía. Mi deriva
filosófica me llevó por los caminos de la filosofía de la ciencia
y de la matemática, por los del existencialismo y las biopolíticas
de Foucault, por el judaísmo y el Holocausto. Alternaba estas
lecturas con otras más optimistas como los textos de Cioran o la
literatura subsuelítica de Dostoievski. Esta mezcla de filósofos y
filosofías apuntaba directamente hacia la locura o al naufragio
intelectual. Incapaz de evaluar la situación en la que me encuentro
actualmente, me someto sin ningún tipo de pudor al juicio de mis
contemporáneos, siempre amparado en el sentido común. Aunque dicho
sentido solo sea válido en el ámbito de la praxis, y nunca oportuno
en el de la episteme. Y sin más dilación paso a la cita, que
encabeza el capítulo “Liberalismo y revolución” del primer
volumen de LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO de A. Escohotado, de B. Spinoza
que motivó esta breve introducción:
“En un Estado
democrático...todos acuerdan obrar de conformidad con un decreto
común, pero no juzgar y razonar en común.”