Una guitarra se lamenta -o gime, o llora- decía hace ya algunos años George Harrison. No sabemos si porque sabe que siempre habrá una nota que no podrá alcanzar o por haberla alcanzado y ocupar el tiempo en imaginar una nueva melodía imposible pero ineludible.
Al otro extremo del escenario, la espalda del bluesman se curva sobre el piano y le envía un mensaje que el instrumento recibe y ejecuta de un modo casi perfecto. La voz se sabe nube y fuego. Asciende lenta, acompañada del humo de los cigarrillos y del ritmo acompasado de los abrazos y de los ojos y de las manos y de los pies y de los labios y...que se llenan de musica y azul.