All we are is dust in the wind

All we are is dust in the wind

A NADIE PRETENDO COMUNICAR CERTEZA ALGUNA. NO LAS TENGO.

A lo sumo alguna conjetura, siempre desde la incertidumbre.

Hace años lo aprendí de Albert Camus. Más tarde, unas palabras de Michel Foucault volvieron a recordármelo: No hay que dejarse seducir por las disyunciones, ni aceptar acríticamente los términos del dilema: o bien se está a favor, o bien se está en contra. Uno puede estar enfrente y de pie.

"La idea de que todo escritor escribe forzosamente sobre sí mismo y se retrata en sus libros es uno de los infantilismos que el romanticismo nos legó...las obras de un hombre trazan a menudo la historia de sus nostalgias o de sus tentaciones, casi nunca su propia historia" (Albert Camus)

http://books.google.es/books?id=GiroehozztMC&pg=PA25&source=gbs_toc_r&cad=4#

PARA QUÉ SIRVE LA FILOSOFÍA. Paco Fernández.


lunes, 1 de abril de 2024

Aforema 1716 Un James Joyce de Corvera morando en Aljucer

 

Aforema 1716

Un James Joyce de Corvera morando en Aljucer

The Piano has been drinking, not me

(Tom Waits)

 

¿Qué pretende quien intenta contar algo de un modo “exacto” -cuando la exactitud y la narración siempre mantienen las distancias, las cortas y las largas? Veamos: “Contaré los hechos sin añadidos dramáticos, sin literaturas…” Multipliquemos las contradicciones y abonemos el terreno para que germinen las paradojas. Ir a los hechos como si estuvieran allí, incólumes e impolutos, inmaculados en su presunta objetividad, al margen de la mirada del storyteller, del contador de historias que desde una atalaya privilegiada, transcendente a la realidad observada, se dispone a ¿construir? un ¿relato? sin aliños subjetivos o perspectivas distorsionadoras de objetividades idealizadas. Es decir, hilar sin hilo, unir sin bridas, enlazar sin lazaos o anudar sin nudos. ¿Acaso el autor se siente inmune a la ilusión óptico-moral que implica todo acto de escritura o de lectura? Pero es astuto, taimado, me busca como lector del escritor que se dirige a sus potenciales lectores exigiendo mi/su complicidad, mi/su connivencia a-crítica con aquello que se dispone a relatar. Me lo imagino alzando la vista, contemplando el horizonte de posibilidades, fijando el punto narrativo que disminuya la distancia entre lo exacto y lo narrado, entre el hecho relatado y el hecho tal y como se dio, y, finalmente, iniciando la trama serpenteando por el haz de paradojas que ha forjado su pretensión. ¿Connivencia? Sin lugar a dudas: “No me obligues…no me empujes…No me engañes…” Da la impresión de que el autor está obligando al lector a renunciar precisamente a aquello que va a presentar en su narración: crear un personaje, “cuadrar las circunstancias”, “detallar los pormenores”, “describir”, etc. Quizás nos alerta o fabrica un señuelo para justificar el contenido de su relato, porque este no puede renunciar a aquello que el autor desaloja de su artefacto literario: la presentación, el nudo y el desenlace. ¿Acaso hay otra manera de narrar, de construir una secuencia de causas y efectos que conjuren el poder azaroso y amenazante de lo real? El escritor juega un juego imposible al comunicar al lector que pretende contar sin narrar,  al buscar en el lector un cómplice al que acaba de enmendarle la plana y al que desaloja del espacio literario: “sin concederte importancia, sin acceder a tus demandas…” Así este último es emplazado a ocupar el mismo lugar del que es desconvocado. Ser leído, ¿no es acaso el dulce mal del que intenta eximirse el autor de “Cierto sabor en la boca”?