Mi sueños se nutren de palabras que arrastra consigo el tiempo, de voces en conflicto permanente y de inesperados desencuentros. No te imagino más que en el ir y venir de versos que se citan, en cada esquina, con las rimas olvidadas de un poeta cuya única voz es el silencio. Hablo contigo y gozo en tu boca el humo del cigarrillo que dibuja el ritmo jazzy de tu cuerpo. Me abrazo a ti o a tu ausencia sin el lastre diario de mis laberintos y siento la tentación de ser un verso imperfecto en tus labios como nubes: sutil imagen que se alimenta de tus gestos y de mis inquietudes. Pienso -aquí en mi cama que ya no es de cuerpo y medio, en el juego inefable de las contingencias del corazón o del hígado o de los pulmones o de las entrañas – que me dices que ya me habías dicho que cualquier contingencia o desafecto no es nada comparado con lo que uno importa al otro tras haber probado el sabor de las alegrías y de los abismos sin fondo en los que nos sume la tristeza. Mi cama es inmensa, sin límites ni fronteras, sin señales ni referencias que permitan saber si uno vive o ha muerto: si uno está solo resulta que el tamaño es un argumento contra la posibilidad de un encuentro. No parecía tan grande cuando, por primera vez, la vi en IKEA. Sin tu cuerpo y sin tu alma, mi cama es oceánica. Entre tanta agua salada no te encuentro. Y naufrago entre sábanas con el deseo de acercarme a ti y acariciarte a fuego lento.
Luigi Cesare