Mi palabra-silencio, una composición imposible, una relación
inefable, un reto que lanzo al mundo con la certeza de que no obtendré ninguna
respuesta. Mi palabra-silencio es un grito hacia adentro, la implosión de un
verso que nunca alcanzó la rima que exigía el poema, el gesto burlón de lo
normalizado que nutre las servidumbres nacidas en el pasado y que gravitan
sobre el presente.
Mi palabra-silencio surge cuando me alío con el insomnio,
cuando aprovecho la noche para llenar mi memoria de recuerdos y de olvido,
cuando se me revela a la conciencia de un modo claro y preciso que debo amar
cada vez que parpadeo, cuando los pliegues de tu piel surgen como la objeción
más sólida contra el absurdo.
Mi palabra-silencio es un sortilegio para recuperar la
alegría que se pierde cuando una soledad voraz envuelve la vida con el siniestro
manto de la indiferencia.
Mi palabra-silencio es un trasunto de aquél verso de
Benedetti que siempre llevo en mi mochila: …las cicatrices enseñan; las
caricias también.
Mi palabra-silencio es el eco de las palabras de mi
pied-noir más querido:
“…lo que había que hacer era reconocer claramente lo que
debía ser reconocido…para espantar las sombras inútiles y tomar las medidas convenientes.”