Aforema 1229 Grandes Palabras
Quienes me conocen saben de mi desconfianza hacia las grandes palabras: Libertad, Sinceridad, Honestidad, etc. Siempre he hablado de ellas como flatus vocis: necesarias, pero inconsistentes. No soy un realista (ni político ni moral). Mi vida es una refutación del pragmatismo. Necesarias porque en en el gran teatro político (y cotidiano) en el que nos encontramos inmersos, las grandes palabras, si se las carga bien, pueden servir para horadar la fría coraza que envuelve el paquete de mentiras que nos sirven a diario los políticos y sus cómplices en el arte de presentar como bien común lo que no es sino interés privado. Desconfío de la libertad cuando sólo se tiñe de economicismo y sólo se aplica al mercado; desconfío de la honestidad porque se utiliza como disfraz de lo "propio"; desconfío de la sinceridad porque, en muchas ocasiones, no es más que un modo de presentar la comedia; desconfío, incluso, de estas palabras porque, precisamente, son "mías"; desconfío de la humanidad porque en ella no hay hombres, sino sólo una idea que sacrifica inocentes y justifica las masacres. Las grandes palabras están vacías (ídolos huecos, aprendí de Nietzsche). Quizás la cuestión estribe en cómo introducir en ellas la cantidad necesaria y suficiente de crítica que evite su monopolización por las implacables ideologías u ortodoxias que pretenden mutilar nuestra capacidad de reflexión con la estrategia del miedo: ya no a que todo cambie, sino, a que algo lo haga.
Quienes me conocen saben de mi desconfianza hacia las grandes palabras: Libertad, Sinceridad, Honestidad, etc. Siempre he hablado de ellas como flatus vocis: necesarias, pero inconsistentes. No soy un realista (ni político ni moral). Mi vida es una refutación del pragmatismo. Necesarias porque en en el gran teatro político (y cotidiano) en el que nos encontramos inmersos, las grandes palabras, si se las carga bien, pueden servir para horadar la fría coraza que envuelve el paquete de mentiras que nos sirven a diario los políticos y sus cómplices en el arte de presentar como bien común lo que no es sino interés privado. Desconfío de la libertad cuando sólo se tiñe de economicismo y sólo se aplica al mercado; desconfío de la honestidad porque se utiliza como disfraz de lo "propio"; desconfío de la sinceridad porque, en muchas ocasiones, no es más que un modo de presentar la comedia; desconfío, incluso, de estas palabras porque, precisamente, son "mías"; desconfío de la humanidad porque en ella no hay hombres, sino sólo una idea que sacrifica inocentes y justifica las masacres. Las grandes palabras están vacías (ídolos huecos, aprendí de Nietzsche). Quizás la cuestión estribe en cómo introducir en ellas la cantidad necesaria y suficiente de crítica que evite su monopolización por las implacables ideologías u ortodoxias que pretenden mutilar nuestra capacidad de reflexión con la estrategia del miedo: ya no a que todo cambie, sino, a que algo lo haga.