All we are is dust in the wind

All we are is dust in the wind

A NADIE PRETENDO COMUNICAR CERTEZA ALGUNA. NO LAS TENGO.

A lo sumo alguna conjetura, siempre desde la incertidumbre.

Hace años lo aprendí de Albert Camus. Más tarde, unas palabras de Michel Foucault volvieron a recordármelo: No hay que dejarse seducir por las disyunciones, ni aceptar acríticamente los términos del dilema: o bien se está a favor, o bien se está en contra. Uno puede estar enfrente y de pie.

"La idea de que todo escritor escribe forzosamente sobre sí mismo y se retrata en sus libros es uno de los infantilismos que el romanticismo nos legó...las obras de un hombre trazan a menudo la historia de sus nostalgias o de sus tentaciones, casi nunca su propia historia" (Albert Camus)

http://books.google.es/books?id=GiroehozztMC&pg=PA25&source=gbs_toc_r&cad=4#

PARA QUÉ SIRVE LA FILOSOFÍA. Paco Fernández.


domingo, 13 de diciembre de 2009

Traducción del artículo WHY DOES SO MUCH OF THE WORLD HATE US? by Isi Leibler

He aquí la traducción del artículo de Isi Leibler. La versión en inglés se encuentra en http://www.jpost.com/servlet/Satellite?cid=1259010982930&pagename=JPArticle%2FShowFull



Francamente hablando: ¿por qué el mundo nos odia tanto?

Isi Leibler, The Jerusalem Post.

Recientemente, me encontré con un grupo de periodistas australianos de alto nivel que incluía editores de algunos diarios de primera fila.

Me impresionaron como un grupo imparcial y abierto. A lo largo de las discusiones, una cuestión expresada elegantemente, no pensada para ofender, me fue propuesta y he estado dándole vueltas. ¿Tuve en cuenta que si virtualmente el mundo entero ha concluido que somos la causa principal del callejón sin salida de Oriente Medio, quizás tenga razón? Dicho de otro modo, ¿nos hemos cegado hasta el punto de que somos como el interno de un manicomio que insiste en que toda la gente excepto él mismo está loca?

La cuestión es particularmente válida en lo que a Europa se refiere, la cual se ha vuelto tan dramáticamente contra nosotros. Cuando analizamos el cambio de actitud de muchos países europeos, uno debe tener en cuenta su redefinición como postmodernos cultos de las sociedades seculares que evitan cualquier manifestación nacionalista. En esta configuración, Israel ya no es considerada un renacimiento de la nación judía, sino como un implante colonial que a muchos haría felices verla desaparecer de alguna manera como una entidad nacional.

Y por supuesto, está el nuevo antisemitismo en el que la demonización de Israel se ha convertido en el sustituto del tradicional odio judío. Así como los judíos fueron acusados de todos los males del género humano en la Edad Media, hoy el Estado judio está siendo, cada vez más, considerado el responsable de las principales desgracias a las que se enfrenta la humanidad.

En este entorno, la izquierda y muchos liberarales ahora dirigen su fervor revolucionario y su odio contra Israel, y han tenido éxito en el secuestro grupos de derechos humanos que se utilizan para minarnos.

En la arena internacional, la mayoría automática del islamismo y otros Estados radicales garantiza el paso de toda resolución antiisraelí iniciada por organizaciones internacionales como las Naciones Unidas, sin importar que sean absurdas. El llamado Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (UNHRC), que incluye como miembros a las peores tiranías y a los Estados sinvergüenzas entre sus líderes, es justo un ejemplo. La gente del resto del mundo no familiarizadas con las complejidades de las Naciones Unidas o con la historia del conflicto árabe-israelí son bombardeadas con constantes informes de resoluciones de un cuerpo de supuestamente buena reputación que condena a Israel como un Estado canalla. Así, la falsa narrativa de la mayoría islámica, automáticamente aprobada por agencias internacionales comprometidas llega a introducirse en la conciencia pública.

Simultáneamente, hay consideraciones de realpolitik que resultan de la importancia adquirida por el mundo islámico y el crecimiento de la influencia de los países productores de petróleo en un momento en el que conseguir energía ha llegado a ser la prioridad nacional para la mayoría de las naciones. Esto, junto con el crecimiento de poder de los grupos radicales islamícos inmigrantes en Europa, ha llevado a muchos países a ponerse en contra de Israel antes que enfrentarse a la rabia y la violencia de los yijadistas en sus propias fronteras.

Es en este contexto en el que Israel permanece como el único país en el mundo cuyo derecho a existir está puesto en duda.

Lo cual también resalta el dilema al que nos enfrentamos. Cuantas más concesiones hicimos en la pasada década para lograr un acuerdo con nuestros vecinos, mayor ha sido el terror desencadenado contra nosotros y más fue erosionado nuestro estatus internacional.

Irónicamente, a pesar del aumento de la marea de odio contra nosotros, por razones objetivas deberíamos tener más derecho a recibir el apoyo de la gente de buena voluntad y de los liberales genuinos hoy más que nunca en el pasado.

Israel permanece como la única democracia de la región; el 20 por ciento de sus habitantes son ciudadanos árabes que disfrutan de iguales derechos y libertad de expresión, y eligen a sus representantes en la Knesset.

Por el contrario, nuestros despóticos vecinos son autocracias o dictaduras que niegan la liberdad de religión y muchos otros derechos humanos básicos. Ellos también son los únicos países del mundo que niegan el derecho de residencia a los judíos. Y además, nosotros somos los únicos representados como un Estado racista de apartheid.

Incluso con un gobierno de derechas, un amplio consenso en Israel apoya la solución de los dos Estados y no ambiciona gobernar a los palestinos. Dos primeros ministros israelíes ofrecieron ceder virtualmente todos los territorios conseguidos en las guerras iniciadas por enemigos que intentan destruirnos. Las ofertas fueron rechazadas por Yasser Arafat y su sucesor Mahmoud Abbas.

El gobierno de Sarón, unilateralmene, desocupó Gaza y desmanteló asentamentos largo tiempo establecidos. Miles de israelíes que habían transformado desiertos en jardices fueron evacuados por la fuerza y obligados a perder sus medios de subsistencia y sus hogares. Justo en el momento en que los asentamientos fueron evacuados, fueron convertidos por los palestinos en plataformas de lanzamiento para intensificar los ataques terrorista con misiles que culminaron en el conflicto de Gaza.

Estamos enfrentados a dos entidades palestinas. Hamas, el grupo terrorista que gobierna Gaza, que inequívocamente pide la destrucción total del Estado judio y sin ningún pudor pide la exterminación física de los judíos. El otro es la Autoridad Palestina en la Orilla Occidental, liderada por M Abbas, de quien se nos ha dicho que representa un moderado interlocutor para la paz. Sin embargo, Abbas habla con una lengua doble, y hoy en día aún santifica a los suicidas como mártires y provee a sus familias de pensiones del Estado. La Autoridad Palestina controla los medios de comunicación, el sistema educativo, las mezquitas, continua promoviendo el antisemitismo y pide la disolución del Estado judío.

Plenamente conscientes de estas realidades, la mayoría de los Estados europeos aplican, no obstante, un doble criterio al Estado judío. Muchos, aplaudieron o apoyaron mientras los árabes y sus aliados nos acusaron de cometer crímenes de guerra. Esto, a pesar del hecho de que el conflicto contra Hamas fue sólo iniciado después de que miles de misiles hubieses sido dirigidos a civiles israelíes durante varios años.

Los pasos, sin precedentes, seguidos por la IDF, de telefonear a los civiles y distribuir panfletos avisando de los ataques inminentes para así minimizar las bajas civiles fueron ignorados, como lo fue la declaración al UNHRC del antiguo comandante de las fuerzas británicas en Afganistan, el coronel Richard Kemp, quien afirmó que el IDF hizo más para salvaguardar los derechos de los civiles en una zona de combate que ningún ejército en la historia de la guerra.

En tal clima, es casi inevitable que “inteligencia” de la opinión pública mundial nos considere un Estado canalla e incluso una mayor amenaza para la paz mundial que Korea del Norte o Irán.

Se alega frecuentemente que somos los reponsables de que el mundo se vuelva contra nosotros. Se nos dice que la superioridad militar israelí (en cuya ausencia no existiría el Estado de Israel) ha creado la simpatía por el árabe desvalido. No hay discusión sobre el sufrimiento y la miseria palestina, pero es raramente señalado que esto es una consecuencia directa de las políticas adoptadas por sus líderes. Somos frecuentemente conminados a dejar de matar terroristas y negociar con Hamas. ¿Sugeriría alguien seriamente que los EEUU negociaran con al-Qaida o cesasen en sus esfuerzos por matar terroristas que planear atacar a sus civiles?
Estoy seguro de que cualquier evaluación objetiva no dudaría moralmente en valorar nuestros grandes esfuerzos para conseguir la paz frente a la intransigencia palestina. También demostraría que la representación constante de Israel como un Estado delincuente por, supuestamente, reputadas organizaciones internacionales como las Naciones Unidas dominadas por nuestros enemigos, han llegado ya a arraigar en la conciencia pública. Esto ha sido facilitado por el oportunismo, por los prejuicios y la cobardía de muchos los que forman parte de la “inteligencia” mundial.



Paco Fernández. Responsable de la traducción a quien dirigir cualquier tipo de crítica, queja o amonestación.