Y yo le dije: "Una mujer, una guitarra, un sonido que no cesa de invocar el alma que roba el espíritu de la música para alejarla de todo aquello que hunde sus raíces en el suelo y se queda allí quieto, atado, inmóvil ante el devenir incesante del mundo y sus gentes.
Mujeres y blues y un montón de cronopios azules, seres invisibles que se mueven a una velocidad de vértigo, seres imposibles de encerrar en una fórmula matemática o en el rígido esquema de una ley científica.
El blues en las manos de una mujer, finas y alargadas, los dedos acariciando las cuerdas que ahora son piel y gritan y se muestran desnudas para reclamar que tienen alma y su lenguaje no es la espiritualidad de una voz descarnada. Las manos de una mujer: otra forma de crear vida. Como diría otro: Pura Vida.
El blues en la voz de una mujer ya no entiende de géneros ni de etiquetas ni categorías. El blues en las manos de una mujer es el aliento de un latido vuelto del revés, es el otro lado de la música que es al mismo tiempo el mismo lado en el que nacen todas las melodías y todas las músicas que el mundo nos invita a escuchar.
Y ahora nos toca escuchar el blues…y no pensar y no sentir más que aquello que la música nos ofrece…ah! Si fuesemos capaces de vivir así, supeditando el pensar al sentir y éste al vivir…entonces, quizás no tendríamos el blues…o quizás sí…"
Y él no dijo nada, hizo algo mejor, tocó un blues...No fue éste que viene a continuación, aquél quedó grabado en la memoria de una noche en Kaunas.