All we are is dust in the wind

All we are is dust in the wind

A NADIE PRETENDO COMUNICAR CERTEZA ALGUNA. NO LAS TENGO.

A lo sumo alguna conjetura, siempre desde la incertidumbre.

Hace años lo aprendí de Albert Camus. Más tarde, unas palabras de Michel Foucault volvieron a recordármelo: No hay que dejarse seducir por las disyunciones, ni aceptar acríticamente los términos del dilema: o bien se está a favor, o bien se está en contra. Uno puede estar enfrente y de pie.

"La idea de que todo escritor escribe forzosamente sobre sí mismo y se retrata en sus libros es uno de los infantilismos que el romanticismo nos legó...las obras de un hombre trazan a menudo la historia de sus nostalgias o de sus tentaciones, casi nunca su propia historia" (Albert Camus)

http://books.google.es/books?id=GiroehozztMC&pg=PA25&source=gbs_toc_r&cad=4#

PARA QUÉ SIRVE LA FILOSOFÍA. Paco Fernández.


martes, 22 de mayo de 2012

Aforema 2216: Si tú me dicen ven lo dejo casi todo



Yo no sé si se sobrevive 
o se sobremuere
si se abren abismos 
o se alzan muros
si la felicidad es una quimera 
o si lo es el mero hecho de pensar en ella
si la vida tiene sentido 
o si lo sentido puede ser otra cosa que la vida
si el futuro es pura ficcion 
o el pasado lo que nunca queda
si el presente es la angustia de estar vivo 
o la alegría de no haber muerto todavía
Yo no sé ni siquiera lo que creo saber 
pero si tu me dicen ven
yo lo dejo casi todo 
incluso este simulacro de poema

lunes, 7 de mayo de 2012

El sabor del saber


El saber no da la felicidad, pero ¿qué decir de su sabor? El sabor del saber, claro está. Lo sabían los antiguos a pesar de sus elucubraciones al respecto. Nos lo dice el poeta persa Omar Jayam: “bebe vino, basta de palabras inútiles”; lo sabemos ahora, unos cuantos años después de aquella frase de Albert Camus: los hombres mueren y no son felices. No saquemos consecuencias precipitadas de este inicio tan poco prometedor. Tampoco debemos hacernos demasiadas ilusiones. Debo decirlo cuanto antes: el pesimismo es a la cobardía lo que el optimismo a la ingenuidad. Entre los apocalípticos y los mesiánicos, solicito que se me permita situarme, no en un inexistente punto medio aristotélico, sino en una relación sagital conmigo mismo. Repito. El saber no da la felicidad. Ni puñetera falta que hace. No me interesa la palabreja, tan manida, tan anhelada, tan temida. Me interesa otra cosa: el sabor del saber. Y si se saborea compartido, mucho mejor. La figura del sabio solitario me deja indiferente. Jamás me interesó el onanismo intelectual. Indiferencia que debo, he de confesarlo, a mi insociable sociabilidad. ¿Acaso podemos saber a qué sabe el saber? No, por supuesto. Su sabor es tan peculiar que no cabe identificarlo con ninguno conocido. Ni siquiera aproximadamente. O quizás sí. Sabor -del saber- rima con amor. Pero, ¿A qué sabe el amor? Preguntemos a quien los ha probado: él o ella lo saben. Tentativa inútil. Hay que amar para saber del amor. Saber y amar en la misma frase. No está mal. Amar con el cuerpo y el alma. Si no es así, no es amor, es otra cosa. Aprender con el cuerpo y el alma, sólo así se puede saborear el saber. Si no es así, no es saber, es otra cosa. Sabor del saber. El tacto. Tocar un libro, sentir el corazón que late en su interior, el silencio al que nos invita y el ruido que nace de la actividad del lector: pasar la página, respirar, trazar una línea para resaltar una palabra o una frase, arrojar el libro contra la pared debido a un fragmento que nos resulta ininteligible o leerlo a cuatro ojos y cuatro manos: Rayuela, Ulises o El cuarteto de Alejandría.