“Estoy loca por ti”, me dijo, antes de besarme apasionadamente. “Y yo loco por ti”, le dije por mor de la reciprocidad afectiva, la que hace que el beso y las palabras sean uno espejo de las otras. Nos despedimos hasta el día siguiente con un abrazo y una promesa, la de no cambiar por monótona cordura esta incontinente locura. No hubo necesidad de corroborar la certeza: seguir fingiendo la locura que en realidad sentimos.
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