All we are is dust in the wind

All we are is dust in the wind

A NADIE PRETENDO COMUNICAR CERTEZA ALGUNA. NO LAS TENGO.

A lo sumo alguna conjetura, siempre desde la incertidumbre.

Hace años lo aprendí de Albert Camus. Más tarde, unas palabras de Michel Foucault volvieron a recordármelo: No hay que dejarse seducir por las disyunciones, ni aceptar acríticamente los términos del dilema: o bien se está a favor, o bien se está en contra. Uno puede estar enfrente y de pie.

"La idea de que todo escritor escribe forzosamente sobre sí mismo y se retrata en sus libros es uno de los infantilismos que el romanticismo nos legó...las obras de un hombre trazan a menudo la historia de sus nostalgias o de sus tentaciones, casi nunca su propia historia" (Albert Camus)

http://books.google.es/books?id=GiroehozztMC&pg=PA25&source=gbs_toc_r&cad=4#

PARA QUÉ SIRVE LA FILOSOFÍA. Paco Fernández.


sábado, 26 de mayo de 2018

Tiempo y Gilipollez. Revisited 0854


Debo ser muy gilipollas por entusiasmarme con todas aquellas cosas que realmente me entusiasman, y además prolongar el entusiasmo, alargarlo, tirar de él para que no se agote, para que se mantenga vivo en las horas muertas de cada día, en esas horas quemadas con sabor a ceniza.

Debo ser muy gilipollas por entusiasmarme con aquellos gestos que realmente me entusiasman, y además pretender saturar mi cuerpo y mi alma con ese entusiasmo, recrearlo incesantemente y proyectarlo en palabras que caen sobre el papel o sobre la pantalla para ordenarlas siguiendo los preceptos que mi sintaxis les impone. Una sintaxis, todo hay que decirlo, impregnada de una semántica tan lógica como afectiva, tan real como ficticia, tan  falsa como auténtica, porque mis palabras son y no son máscaras, son y no son disfraces, son latidos de mi corazón transformados en signos, en huellas condenadas a la extinción, en absurdos para los cuales no hay hermenéutica posible. Mis palabras son y no son ejercicios de retórica, ni de erística, ni siquiera el libre juego espontáneo de un lenguaje autorreferencial que sólo pretende vivir alegremente una especie de narcisismo inocente. Mis palabras siempre son excesos prescindibles, la expresión de ese algo que me habita y me excede como una flecha que no puedo dejar de lanzar porque ya no soporta la tensión del arco que la atrapa.

Debo ser muy gilipollas, o más bien, un gilipollas entusiasmado: sé que hay una duda metafísica, una duda, como se dice ahora, estructural, que actúa como riguroso vigilante de mis “caídas” en la banalidad del comentario inoportuno o en la inconsistencia del acto que no puede aclarar sus razones.  
Hay esperanza en cualquiera de las formas que adopta el entusiasmo: una meretriz que cobra un alto precio por sus servicios. Hay ingenuidad, comprensible durante la adolescencia y la juventud pero censurable cuando el espejo devuelve la imagen de un rostro roturado por el paso del tiempo. Hay absurdo, intolerable pero insuperable desde que nos abandonaron los dioses.

¿Quién se entusiasma en mí? ¿Cuál de las formas que me habitan incurre en ese error de cálculo? El tiempo es un viejo blues cuya principal ocupación es oxidar las palabras y los sueños que forjaron nuestras ilusiones. Es laborioso, insistente, pertinaz e insobornable. Es taimado, pues, en ocasiones, nos hace creer que es nuestro aliado, e incluso nuestro cómplice. Creemos que podemos definirlo, medirlo y someterlo. Pero cuando muestra su verdadero rostro, ya es demasiado tarde para enmendar el error. En el momento en que, entusiasmados, comenzamos a celebrar nuestra victoria sobre el tiempo, nos damos cuenta de que nos ha consumido, de que nos ha roído el cuerpo y el alma. De que ha mostrado el absurdo de las grandes palabras que forjaron nuestros sueños: Esperanza, Amor, Lealtad, Verdad…Y nos damos cuenta de que hemos sido complices de nuestra propia destrucción.