Aforema 618
Me miro al espejo tras escuchar,
primero, el grito de Jarabe de Palo, y, después, el grito que se desprendía de
aquellas palabras que te escribí hace ya algún tiempo: Grita. Grita o habla en
voz baja o simula un susurro o clava una palabra en mis entrañas, o tus uñas
pintadas de negro, o rompe mi silencio o mi descuido con una mirada, o grita
para que yo vuelva a estar pendiente de tus palabras o de tus gestos o de tus
silencios o de tus “tragarte hacia dentro”, o grita para que pueda yo rodear tu
soledad con un abrazo de amor o de simpatía o de empatía, o de quererte tanto
aunque sólo sea tan sólo eso, o grita para romper el nudo que asfixia la
garganta o aprieta el estómago o el nudo que no se desanuda que se relaja o se
afloja, pero no se desata. Y si no es posible romper ese nudo que tantas cosas
ata, que tantas historias une y enlaza, grita para que pueda yo estar en ese
nudo desnudo de impaciencia, para ocuparme de ti, tan sólo eso. La imagen que
me devuelve es espejo es la de un fraude que no hace honor a sus palabras, la
de un impostor que ha hecho de su vida un esperpento, la de un tramposo que si
tuviese un mínimo de decencia dejaría de escribir o de vivir. Hay cierta vileza
en aquellos que traicionan las palabras con sus actos. No hay perdón, porque
nadie les obligó a escribir lo que estaba condenado a ser traicionado.