Una mujer laberinto, una mujer humo, una mujer sonámbula, una mujer que 
me ancla al mundo, a la inmanencia de una vida sin rostros divinos, a 
mis lágrimas vertidas sobre su sexo tras enfrentar nuestras sonrisas. Lo
 sé, el coito no anula la distancia, solamente la disimula, la encubre. 
Lucidez pre-orgásmica que avisa del espacio que hay entre ser y ser a 
pesar de la conjunción perfecta que procura la anatomía. Luego está la 
soledad, casi un destino. Y aquí el 
coito es una máscara. Es una ficción: la ilusión de una presencia que se
 promete constante. La presencia es efímera, tanto como su aliado el 
orgasmo. Amar es vivir en el malentendido, mantenerse en la impostura 
generada por la creencia de que un gesto o un sentimiento pueden 
disminuir la distancia, salvar el abismo que nos separa. Al otro lado, 
un rostro difuso se niega ser descifrado. Lo amamos a pesar o por su 
enigmática imprevisibilidad. 

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