Suena el teléfono. Estoy despierto. ¿Diga? Una voz amable me responde:
Buenos días, soy la parte de soledad que te toca, la lechuza que te habita. Soy lo que queda de esos sueños que no son más que humo en la imaginación. El sueño del amor, de la amistad, de la felicidad, de la vida. Soy el negativo de una foto en la que ya no apareces tú. Soy tu futuro, el crepitar de una llama que un día se apagará. No contesto, las palabras se me pegan al paladar y no encuentran el camino hacia el exterior.
La voz amable me dice antes de colgar: no me busques, solo soy la parte de soledad que te toca, la lechuza que te habita…
Esta mañana de primavera es como una fría noche de invierno. Ni la escritura ni la lectura borran los límites que marca el silencio. Esta mañana no pasará nada salvo el tiempo. No se producirá la cita esperada de tu soledad con mi desierto. Esta mañana no nos acariciaremos con palabras ni la piel se rebelará contra la tiranía que impone el tiempo. Solo la memoria, como un gran espejo, me devolverá la mirada, el abrazo, el beso, la dicha de un instante que vuela como un sueño. Busco tus manos, vuelan en la nube de los recuerdos mientras quiero pensar que buscas las mías, frías, en esta mañana de primavera que parece una noche de invierno, frías como la cerveza que no tomamos, como las caricias que se pierden por la distancia en la que nos instalamos cuando confundimos lo importante con lo urgente, el presente con el pasado, la piel con las palabras que nombran el deseo.
Buenos días, soy tu espejo...
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