“Manuela” es la forma femenina de
Manuel. En la Biblia se nombra a Jesús de Nazaret como Emanuel: “emmanu-El”, con el significado de “Dios
estará con nosotros”.
“Madre”
quizás sea una de las palabras más bellas que ha producido el lenguaje. Siempre recuerdo las palabras de Rudyard Kipling: “Dios no podía estar en todos
sitios y, por tanto, hizo a las madres.”
Manuela es mi madre, también es abuela y
bisabuela. Manuela es de ese tipo de personas que con su presencia hacen que la
vida sea más amable y fecunda. Su gran tarea siempre fue proteger a su familia.
Fue herida en las mil batallas que sostuvo contra la adversidad y el destino, pero
nunca fue derrotada y se mantuvo firme cuando los vientos del infortunio se
aliaron para vencerla.
La vida le dio motivos para vivir en el resentimiento,
para no contener la ira y dar rienda suelta a su cólera. Pero, Manuela, madre,
abuela y bisabuela, respondió siempre a la desventura con amor, serenidad y
templanza. Con esas armas, Manuela, mi madre, tiene asegurada la victoria. Con
estas virtudes, es fácil querer a Manuela: madre, abuela y bisabuela. Ninguna
persona puede hablar de felicidad si no integra en su vida el intento de hacer
feliz a su madre. Cierto que, en ocasiones, parecemos distraídos y distantes
con ella, pero ello es debido más a la torpeza que al desinterés o la
maledicencia.
Quizás la más terrible de las desgracias, el acto
más bárbaro sea no amar a una madre. No obstante, por mucho que la amemos,
nunca llegaremos siquiera a rozar todo el amor que ella nos ha dado, todo el
amor que ha derramado sobre sus hijos. En cuestiones de amor, frente a una
madre, no pasamos de ser meros aprendices.
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