Mínimos
Es cuestión de mínimos, dijo el diletante mientras se servía un licor de crema de Limoncelo. Todo se reduce al mínimo, contestó su interlocutor -etimólogo de raza y hacedor de poemas en los que se sugiere que el mejor verso es aquel que no se escribe. ¿Mínimos besos y mínimos roces?, preguntó el escéptico. Todo es cuestión de mínimos, sexo al mínimo y en retroceso, todo se reduce al mínimo para engendrar su contrario: un mínimo roce produce un máximo malentendido. La piel se petrifica y el sentimiento huye por la salida de emergencia. Los abrazos ya no cotizan en la bolsa de la afectividad. El rostro se encoge y el cíclope pierde el único ojo que le permite seguir con vida. La rayuela se transforma en un laberinto mientras se disuelve la piedrecita. Ya no hay silencio que interpretar y los sonámbulos se despiertan. En la oficina de objetos perdidos hay corazones que nadie reclama. Todo se reduce al mínimo, incluso la voluntad de no dejar pasar un día sin un mínimo común denominador.
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