Memorias subsuelíticas
(Revisited)
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Whoo, baby, baby, baby, I'd rather be blind...
Soy un torpe gestor de emociones y sentimientos. Soy un incompetente en el arte de presentar mis deseos o mis expectativas. Soy un artista cuando justifico mis carencias. Soy un prestidigitador que distorsiona el carácter de las personas a las que quiero para legitimar mis reproches. Soy tan egoísta que, consciente o inconscientemente, termino por exigir una reciprocidad perversa que convierte las relaciones en una transacción comercial. Mis ínfulas de modelo de tolerancia y comprensión no son sino un ejemplo manifiesto de condescendencia. Soy un hipócrita que moldea su personalidad al gusto de los otros para resaltar algunas cualidades de las que en realidad carezco. Soy incapaz de aceptar aquello que exijo que se acepte de mí: la duda, la contradicción, la incertidumbre, etc. Soy irracionalmente impulsivo y obstinadamente compulsivo. Llamo vehemencia a mi inaceptable impetuosidad. Mi generosidad no es fruto de mi altruismo, sino de mi patética necesidad de ser reconocido, querido o amado. En mí reina la confusión y el esperpento: me autodestruyo sin considerar a quien arrastro conmigo. Soy un ignorante con vanas pretensiones de sabiduría: en realidad, no he aprendido en la vida nada importante. Soy un sicofante: aparente defensor del diálogo y la palabra, mi vida ha sido un monólogo que no ha atendido las razones o motivos de mis seres queridos. Adulador para ser adulado, halagador para ser alagado y lisonjero que reclama lisonjas. Amante que reclama y exige ser amado según el único modo de amar que considero válido. Inseguro instalado en una seguridad que otros me atribuyen, he construido gestos herméticos y pétreos para disimular la pusilanimidad que me define. He confundido la ternura con la debilidad y el orgullo con la fuerza. Nunca aprendí a amar. Me lo han dicho. Tenían razón. Exigía demasiado para lo poco que ofrecía. Egoísta por vocación y ególatra por definición, hice del espejo mi aliado para multiplicar mi inexistente grandeza. Ni siquiera llegué a ser un escritor frustrado, pues cada palabra que salía de mi alma (si es que la he tenido) no era más que un trasunto de la impostura que genera una vida saturada de ínfulas parasitarias. Una vida humo sin la consistencia que producen el coraje y el valor. Una vida ingrávida que no ha generado nada hermoso ni verdadero. Una vida que no da ni para un triste epitafio.
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