All we are is dust in the wind

All we are is dust in the wind
No hay que desperdiciar una buena ocasión de quedarse callado (Jorge Drexler: SILENCIO)

A NADIE PRETENDO COMUNICAR CERTEZA ALGUNA. NO LAS TENGO.

A lo sumo alguna conjetura, siempre desde la incertidumbre.

Hace años lo aprendí de Albert Camus. Más tarde, unas palabras de Michel Foucault volvieron a recordármelo: No hay que dejarse seducir por las disyunciones, ni aceptar acríticamente los términos del dilema: o bien se está a favor, o bien se está en contra. Uno puede estar enfrente y de pie.

"La idea de que todo escritor escribe forzosamente sobre sí mismo y se retrata en sus libros es uno de los infantilismos que el romanticismo nos legó...las obras de un hombre trazan a menudo la historia de sus nostalgias o de sus tentaciones, casi nunca su propia historia" (Albert Camus)

http://books.google.es/books?id=GiroehozztMC&pg=PA25&source=gbs_toc_r&cad=4#

PARA QUÉ SIRVE LA FILOSOFÍA. Paco Fernández.


miércoles, 19 de febrero de 2025

Aforema 1902 Sentido

 

Sentido

 

    La cuestión es el sentido: de la vida, de una relación, de un trabajo, de cada una de las cosas que hacemos o del conjunto de la vida que llevamos. Aventuro una hipótesis: el sentido es el sinsentido que uno deja, al que renuncia. ¿Qué es el “sinsentido que uno deja”? Es la intención directa del sentido. ¿Qué queda tras la renuncia a la intención directa del sentido? El sentido como algo indirecto, mediatizado por el hacer no por las expectativas o las pretensiones que anidan en nuestra mente. Veamos. La intención directa del sentido consiste en buscar el sentido en sí, sin mediaciones: el sentido abstracto basado en un ideal. Pero dicho sentido no existe, lo ideal no es real (al menos, en este mundo). ¿Quién se embarca en la búsqueda de tal abstracción? Quien lamenta la pérdida de un sentido que antes existió (o que presuntamente se dio) y afronta este déficit de desde una perspectiva errónea: una sobre-expectativa de sentido, es decir, una pretensión de sentido excesiva. Dicha pretensión conduce inexorablemente a la frustración. La búsqueda o el hecho de otorgar un sentido se convierte en un problema irresoluble (a no ser que nos refugiemos en una religión o en un saber ancestral impregnado de gnosticismo místico). El remedio, pues, no es otro que la reducción de ese exceso de sentido mediante una dietética aplicada a nuestras expectativas (o esperanzas). El sentido
solo es alcanzable si lo consideramos con cierta modestia, de un modo indirecto a través de un conjunto de mediaciones: el trato cotidiano, la sensualidad, el afecto explícito, el respeto, la comprensión, el sexo… Si queremos escapar de las trampas de la nostalgia, hay que renunciar al sentido directo y aceptar que este se forja en los detalles cotidianos, en la renuncia a la perfección, en la afirmación de la vida (sin pretensiones excesivas) y la renuncia al ideal. El sentido no es algo que se pueda encontrar, sino la resultante de un modo de vida, de un modo de pensar, obrar y actuar en un contexto determinado en el que se ubica la praxis cotidiana. Todo lo demás son fantasías, quimeras, artefactos abstractos o ilusiones sin ningún tipo de anclaje en la realidad, eso sí, sabiamente administrados por los hierócratas del sentido en el boyante negocio de la producción y suministro de felicidad de esta absurda sociedad contemporánea.

 

 

martes, 18 de febrero de 2025

Aforema 1703 Mínimos

 

Mínimos

Es cuestión de mínimos, dijo el diletante mientras se servía un licor de crema de Limoncelo. Todo se reduce al mínimo, contestó su interlocutor -etimólogo de raza y hacedor de poemas en los que se sugiere que el mejor verso es aquel que no se escribe. ¿Mínimos besos y mínimos roces?, preguntó el escéptico. Todo es cuestión de mínimos, sexo al mínimo y en retroceso, todo se reduce al mínimo para engendrar su contrario: un mínimo roce produce un máximo malentendido. La piel se petrifica y el sentimiento huye por la salida de emergencia. Los abrazos ya no cotizan en la bolsa de la afectividad. El rostro se encoge y el cíclope pierde el único ojo que le permite seguir con vida. La rayuela se transforma en un laberinto mientras se disuelve la piedrecita. Ya no hay silencio que interpretar y los sonámbulos se despiertan. En la oficina de objetos perdidos hay corazones que nadie reclama. Todo se reduce al mínimo, incluso la voluntad de no dejar pasar un día sin un mínimo común denominador. 




Aforema 1122 Whoo, baby, baby, baby, I'd rather be blind...

 

 Memorias subsuelíticas

(Revisited)

 

1

 Whoo, baby, baby, baby, I'd rather be blind...

 

    Soy un torpe gestor de emociones y sentimientos. Soy un incompetente en el arte de presentar mis deseos o mis expectativas. Soy un artista cuando justifico mis carencias. Soy un prestidigitador que distorsiona el carácter de las personas a las que quiero para legitimar mis reproches. Soy tan egoísta que, consciente o inconscientemente, termino por exigir una reciprocidad perversa que convierte las relaciones en una transacción comercial. Mis ínfulas de modelo de tolerancia y comprensión no son sino un ejemplo manifiesto de condescendencia. Soy un hipócrita que moldea su personalidad al gusto de los otros para resaltar algunas cualidades de las que en realidad carezco. Soy incapaz de aceptar aquello que exijo que se acepte de mí: la duda, la contradicción, la incertidumbre, etc. Soy irracionalmente impulsivo y obstinadamente compulsivo. Llamo vehemencia a mi inaceptable impetuosidad. Mi generosidad no es fruto de mi altruismo, sino de mi patética necesidad de ser reconocido, querido o amado. En mí reina la confusión y el esperpento: me autodestruyo sin considerar a quien arrastro conmigo. Soy un ignorante con vanas pretensiones de sabiduría: en realidad, no he aprendido en la vida nada importante. Soy un sicofante: aparente defensor del diálogo y la palabra, mi vida ha sido un monólogo que no ha atendido las razones o motivos de mis seres queridos. Adulador para ser adulado, halagador para ser alagado y lisonjero que reclama lisonjas. Amante que reclama y exige ser amado según el único modo de amar que considero válido.  Inseguro instalado en una seguridad que otros me atribuyen, he construido gestos herméticos y pétreos para disimular la pusilanimidad que me define. He confundido la ternura con la debilidad y el orgullo con la fuerza. Nunca aprendí a amar. Me lo han dicho. Tenían razón. Exigía demasiado para lo poco que ofrecía. Egoísta por vocación y ególatra por definición, hice del espejo mi aliado para multiplicar mi inexistente grandeza. Ni siquiera llegué a ser un escritor frustrado, pues cada palabra que salía de mi alma (si es que la he tenido) no era más que un trasunto de la impostura que genera una vida saturada de ínfulas parasitarias. Una vida humo sin la consistencia que producen el coraje y el valor. Una vida ingrávida que no ha generado nada hermoso ni verdadero. Una vida que no da ni para un triste epitafio.