Los cronopios, que yo imagino, no son narcisistas, no se sienten únicos e insustituibles, asumen su contingencia mientran bailan abrazados en el arcén de una carretera o en la puerta de una iglesia donde se ha celebrado una boda. A veces, se suben a la cima de una gran montaña que han descubierto tras mucho tiempo de estar buscando un gran valle, no les importa, porque allí celebran lo azaroso de la vida, del estar ahí y de los múltiples encuentros que les han salido al paso a lo largo del camino. Los cronopios, que yo imagino, nunca otean el horizonte, porque, dicen, está demasiado lejos, aman sin tiempo ni recuerdos y olvidan fácilmente lo feo. Cuando un cronopio se lamenta de un amor frustrado, el resto lo invita a abrir la puerta y dejar pasar el aire. Todos se instalan en la casa del afectado y cantan canciones y le roban el “desespero”, lo reparten proporcionalmente al grado de felicidad que cada uno proclama, y así, al final, es tan poco el “desespero” con el que cada uno se queda, que ya no afecta ni al cronopio afectado ni al resto.
UN JAZZ LÍRICO Y LLENO DE COMPLICIDADES
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Hace 2 horas
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