Lecturas
Notas sobre la seducción al hilo de lo dicho por José Ovejero en Jot Down (nº25)
Demasiada niebla en mi corazón desconcertado, el mismo que aquel día estalló al alba. El extraño spin que posibilitó el fugaz encuentro se ha detenido mientras buscaba razones y motivos para no caer en la tentación de las reactualizaciones nostálgicas, en la burda seducción que ejerce la atracción del abismo.
(Luigi Cesare: El amor y otras batallas)
En la seducción se invierte en el dominio del universo simbólico del seducido, el poder, sin embargo, se centra en el dominio del universo real del seducido. No obstante, todo poder se sostiene sobre un universo simbólico: el fascismo italiano, el nazismo alemán el comunismo soviético, o los relatos en los que se apoyan los sistemas democráticos contemporáneos.
“Un seductor es un adulador con encanto”, dice acertadamente José Ovejero en “El poder de la seducción y viceversa” (Jot Down, nº 25): se adapta a lo que agrada al seducido para conseguir dominarlo. El concepto genera su propia red de significados cuya característica común es estar dotados de una cierta “oscuridad” trascendental: la seducción de Eva por la serpiente; destructiva del alma que finaliza con el abandono: la seducción de Don Juan o de Johannes en Diario de un seductor de Kierkegaard; destructiva de la moral: libertad de Eugenia frente a la moral en la Filosofía del tocador de Sade; destrucción física del seducido: Simone en Historia del ojo de Bataille; Autodestructiva: el final de Valmont y la marquesa de Merteuil en Las amistades peligrosas.
No obstante, la seducción, conservando sus carácter lúdico y sus rituales, puede deshacerse de ese halo de oscuridad cuando hay reciprocidad y retroalimentación del proceso por parte del seductor y del seducido, llegando incluso en ciertos momentos a intercambiar los roles de partida. La representación del juego implica una transformación consciente de los participantes que asumen el reto de enmascararse para el otro sin un objetivo concreto, salvo el que depare el desarrollo de la trama que transcurre sin guion establecido. Se trata de dejar de ser uno mismo (si es que esta expresión tiene algún sentido) y jugar a ser otro, sustituir la pesadez de la existencia por la levedad que crea la representación. Y es que a veces uno siente la necesidad de crear, aunque solo sea por unos momentos, un mundo propio (compartido con la persona adecuada) a fin de no perecer en el mundo de los demás. Desde esta consideración final, ¿qué importa quién sea el seducido y quién el seductor?
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