No hay que desperdiciar una buena ocasión de quedarse callado (Jorge Drexler: SILENCIO)
A NADIE PRETENDO COMUNICAR CERTEZA ALGUNA. NO LAS TENGO.
A lo sumo alguna conjetura, siempre desde la incertidumbre.
Hace años lo aprendí de Albert Camus. Más tarde, unas palabras de Michel Foucault volvieron a recordármelo: No hay que dejarse seducir por las disyunciones, ni aceptar acríticamente los términos del dilema: o bien se está a favor, o bien se está en contra. Uno puede estar enfrente y de pie.
"La idea de que todo escritor escribe forzosamente sobre sí mismo y se retrata en sus libros es uno de los infantilismos que el romanticismo nos legó...las obras de un hombre trazan a menudo la historia de sus nostalgias o de sus tentaciones, casi nunca su propia historia" (Albert Camus)
Es de dominio público, porque
aparece en todos los informes elaborados hasta el momento, que los cronopios no
conocen la frustración, esa afección del alma que se nutre del fracaso tras el
esfuerzo realizado para satisfacer un deseo, alcanzar un objetivo o cumplir una
expectativa. Y ello porque los cronopios, a diferencia de los famas, nunca han
desarrollado esa otra afección del alma, tan extendida entre el ser humano, que
responde al nombre de esperanza. Los cronopios no se desesperan ya que nunca
esperan (Hope), para ellos no tener esperanzas no implica que se viva instalado
en la desesperación. Cuando un cronopio
no consigue el objetivo que persigue o no satisface el deseo que lo lanza, no
se resigna ni se frustra, sino que ensaya diferentes formas de olvidar cuanto antes
que hubo objetivo, deseo, camino o senda, expectativa o promesa de epifanía.
Mi
amigo Arcadio, el dueño del Cluny, que desde hace tiempo forma parte del prontuario
de enormísimos cronopios, ha recopilado las diferentes estrategias cronopiotipicas
de poner tierra por medio con respecto a la frustración. Yo, que no soy un
cronopio, pues me falta valor y audacia para ello, suelo utilizar la siguiente:
en completa oscuridad, pongo en el giradiscos el KOLN CONCERT de Keith Jarret para deslizarme en sus notas hasta donde me lleve mi silencio. Otra es la de
disfrazarme de miembro de los Village People y bailar MACHO MAN con la
coreografía apropiada -Aunque esta última solo cuando estoy demasiado jodido,
pues no es conveniente abusar de ella. Dicen que crea adicción.
I walked up to the tallest and the blondest girl (La Pepi). I said, "Look, you don't know me now but very soon you will...Oh, oh, all my faith to see her naked body. Her naked bo-bo-body And all my faith to see, I said, all, all my faith I said, all, all, all my faith to see All my faith to see her naked body (Leonard Cohen: MEMORIES).
Ayer fue un día de florilegios
del PSOE y sus corruptelas enmascaradas en las voces de los radiofonistas que
pululan por mi casa. Digo pululan porque tengo tres aparatos de radio, lo que
antes se llamaba transistores. Y están sintonizados según la emisora que menos
interferencias produce.
Así, en el baño oigo, y a veces escucho, esRadio, sí, la del Jiménez Losantos, fiel
escudero del pensamiento reaccionario que pare todos los días la madre patria. En
la sala de estar, la SER, sí la de en
tantas ocasiones esperpéntica Àngels Barceló, guardiana celosa de la pureza de
la izquierda WOKE contemporánea. Y, por último, en la cocina, ONDA CERO, sí, la
de Carlos Alsina.
Con Losantos, me río de sus caricaturas fruto del proceso de caricaturización
que un buen día decidió auto-infligirse. Con Barceló, vuelvo a mi juventud de
gilipollas integral, sí, aquella en la que enarbolaba la bandera del irenismo y
la autocomplacencia. Con Alsina, hay ocasiones en las que consigo reconciliarme
con las ondas.
Pues bien, harto de Koldajes y Abalorios, de Feijoses contra la
corrupción ajena mientras simulan que tal bicho ya ha recibido en el PP las
suficientes dosis de DDT como para desintegrarlo, cansado de los que lanzan
piedras sin estar libre de pecado y los que pecan –permítaseme el palabro
religioso- capitalmente debido a su lujuria y voluptuosidad políticas, decidí,
en un momento de lucidez, bajar al Cluny, el bar que regenta mi amigo Arcadio.
Hablamos de nuestros años jóvenes -o más bien adolescentes, esos años 80-, en los
que cada mañana conectábamos Radio 3 para escuchar –no oír- TIEMPOS MODERNOS, el
programa presentado y dirigido por Manolo Ferreras. En un momento del
desarrollo de la emisión, Ferreras conectaba con Asturias, concretamente con un
periodista llamado Fernando Poblet.
He de confesar que por aquellos días, tanto
Arcadio como yo, estábamos enamorados de la Pepi –perfecta en su anatomía y con
unos ojos verdes que contenían todo lo necesario para perderte en ellos- y
también de la música de Leonard Cohen, de la escritura de Albert Camus y de las
reflexiones radiofónicas de Poblet. Cuando Ferreras daba paso a Poblet, Arcadio
y yo poníamos la máxima atención en el silencio que precedía al momento en que
se oía el sonido de una cerilla deslizándose sobre el raspador de la caja y la
primera calada que el locutor daba al cigarrillo que acababa de encender. Anotábamos
en una libreta las frases que más nos llamaban la atención.
Y, azares y contingencias
de la vida, encontré en un libro que he adquirido recientemente en la Feria del
libro de Murcia: Diabluras, precisamente
de Fernando Poblet, una frase que anotamos en su momento: “LA JUSTICIA ES UNA COSA
MUY ABSTRACTA QUE A VECES PEGA UNOS PALOS MUY CONCRETOS”. Como tenemos cierta
tendencia a la cleptomanía léxica, mientras Arcadio se ocupaba de su negocio, escribí
en mi CASA DE CITAS O DE APROPIACIONES indebidas: La vida es algo muy abstracto
que en ocasiones pega palos muy concretos. Y más adelante: el amor es algo muy
abstracto que en ocasiones pega palos muy concretos. Podría haber continuado
probando con nuevas palabras, pero recordé que había puesto unos huevos en un
cazo con agua y llevaban ya más de media hora hirviendo. Así que me despedí de
Arcadio y volví a casa inquieto por lo que podría encontrar en la cocina.
Felizmente, la cosa no acabó en tragedia y se redujo a un cazo quemadoy a unos huevos chamuscados solo aptos para
superhéroes, eso sí, americanos.
Leo un artículo de José Luis Pardo: “Albert Camus o la arena en el engranaje”
(En RDL –Revista de Libros-). Y reinterpreto sus sugerencias sobre el absurdo
en la filosofía del escritor francoargelino. Será mi última lectura antes de
sumergirme en el intento de desmontar los argumentos (si los hubiere) del Oublier Camus de O. Gloag. Procrastinar
es un verbo que conjugo con cierta soltura cuando me enfrento a una tarea que
considero difícil de realizar debido a mis carencias intelectuales. Menos mal
que voluntad y decisión no me faltan: por orgullo o vanidad. Da igual, es lo de
menos, los motivos son tan subjetivos que no merece la pena explicitarlos. Quizás
sea una cuestión de autoestima, pues nunca he pensado que yo pudiese estar a la
altura de las tareas y objetivos que me propongo en el campo de la filosofía. Encuentro,
por doquier, personas mucho más capacitadas que yo. Y ese es el caso cuando leo
el breve artículo de José Luis Pardo.
No se trata de definir el “absurdo”, sino de mostrar las connotaciones de
un término o un concepto tan presente en la filosofía y en la vida. A mi
juicio, la “continuidad de la vida” es una falacia que se deriva de la
tendencia a establecer un hilo conductor, tejido de causas y efectos, en el
discurrir del tiempo. La duración no obedece a una trama causal al modo de la
estructura de la novela clásica: inicio, problema-nudo y desenlace. Su modo de
darse es la yuxtaposición. Su modelo no es Hegel, sino Tucídides. El discurrir
de la vida, de cualquier vida, no se asemeja a una narración, sino a un
collage. Cierto es que las cosas ocurren unas después de otras –el tiempo es unidireccional.
Pero la relación entre A, B, C…es secuencial, no consecuencial. Pretender que
lo real y lo racional son una y la misma cosa, no es más que un efecto de la
hybris o desmesura. La vida no responde a las exigencias de los razonamientos,
los hechos no se organizan según el esquema inferencial de premisas y
conclusión. Coincido con Pardo en que el relato que organiza los hechos según
el esquema consecuencial: “…como si estuviesen tramados en un argumento de
destino…”, tiene más que ver con la ideología que con la vida. Y es aquí donde
adquiere relevancia el “absurdo”. Dice con acierto Pardo que “Al hecho de que
las cosas sucedan ‘una después de otras’ (sin engarzarse en un muthos compuesto y de final contundente)
es a lo que Camus llama, básicamente, “absurdo”. Se equivoca de principio a fin
quien vea negatividad y pesimismo en esta “descripción” del acontecer vivido
por el individuo, sujeto de… y en su vida. Más bien, al contrario. El absurdo
activa a individuo, es “un principio de acción”, dice Pardo. Es, dice Camus en El mito de Sísifo, un punto de partida
que tomado en serio lleva a la “revuelta” (utilizo este término por una
sugerencia de mi amigo Antonio Lorente, que siempre lo ha preferido a “rebelión”):
contra la indiferencia de lo real, contra nosotros mismos, con los demás: “Me
rebelo, luego somos”, afirma el autor en El
hombre rebelde. El absurdo es un
dato, no una conclusión. Se trata, entonces, de rebelarse contra la tentación
de eliminarlo, vencerlo o superarlo, es decir, debemos (principio formal de
carácter ético o moral) aprender a vivir con él. No es algo abstracto, sino concreto
que exige, desde el momento que nos anudamos a su existencia, y por mor de
cierta fidelidad a nuestro planteamiento, renunciar a los principios y fines
abstractos, y, sigo citando a Pardo, “…abrazar bienes concretos e inmediatos…”.
La historia del siglo XX es la de los diferentes intentos ideológicos y filosóficos
de superar el absurdo, de eliminar la tensión entre “lo que es” y “lo que
debería o podría ser”. Ejemplo de ellos son los totalitarismos fascistas y
comunistas que implantaron programas políticos para lograr lo que pensaban que
era la solución definitiva a todos los problemas de la humanidad (o de los que
ellos entendían por humanidad). La rebelión de Camus es una “revuelta” contra
la tentación totalitaria. El totalitarismo desprecia la yuxtaposición en beneficio
de un relato o narración consecuencial que lleve a un mundo que afirma su ideal
de humanidad en detrimento de lo humano. El totalitarismo rechaza a Tucídides para
abandonarse a la teleología hegeliana. De ahí que la Historia no sea otra cosa
que Teodicea, es decir, una de las formas que adopta la poesía o la teología
política. Es decir una ficción ideológica cuyo principio es que el fin justifica
los medios: el sacrificio del presente a un futuro diseñado por el los directores
de conciencia, el asesinato o eliminación de todo elemento que obstaculice el
proceso que lleva a la consecución del fin estipulado, etc. El absurdo, la
tensión trágica que impregna la vida y la historia, representa, a juicio de
Pardo, “…la evidencia de que no habrá nunca una justificación histórica última
o definitiva”. Concluyo con mi adhesión al breve aforema de Odo Marquard: no
cabe otra cosa que decir, de una puñetera vez, “adiós a los principios”.
1977: Patrick Moraz en Brasil con Vimana
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Patrick Moraz en Brasil
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