Pantagruélico destructor de armonía, el hábito perverso se nutre de prejuicios y prescribe leyes inmutables a la conciencia para que basculemos entre la negatividad fatal que forja los muros que nos separan y el optimismo pueril para el que dichos muros no son más una ilusión que nada puede contra el sentimiento. Hay muros y hay silencios y hay palabras y hay vacío. Cuatro parámetros para definir una existencia. En la cuerda floja tendida sobre el abismo, un vértigo innombrable inunda la noche. Las soledades ya no se tocan, a lo sumo, se imaginan. Un rumor de desatinos puebla de imágenes la mente y el eco de una felicidad que se inventó un día se va apagando hasta no ser más que un muro de palabras y un silencioso vacío.
Vaciar es la clave. Soltar el lastre con el que se ha forjado el prejuicio, el hábito de la repetición de palabras y conductas que se retroalimenta del círculo vicioso de un ego que monopoliza LA PERSPECTIVA.
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