"Sin música, la vida sería un error" (F. Nietzsche)
En Texas, Charles Brown se convirtió en uno de los innovadores del blues urbano de la Costa Oeste. Su voz se desliza sobre un tapiz tejido por una guitarra, un piano y un contrabajo. Su voz evoca la penumbra en la que se disuelve lentamente una pena inagotable. A Brown le gustaba llamarse Blues Ballad Singer. Cantaba en los clubes elegantes de la ciudad. En uno de ellos, una mujer sigue con el movimiento de sus piernas el discurrir cansino de un viejo blues. Brown canta todas las alegrías y todas las tristezas de esa mujer cuya mirada cómplice hace que el pianista se abisme en la profundidad de sus ojos azules, de sus ojos de blues. Son las cinco de la mañana y repito mi habitual modo de comenzar el día: un café, un cigarrillo y una canción antes de volver a ser ese yo que se muestra ante los demás porque el resto de las formas que me habitan saben que el día y la luz no es su lugar natural, saben que han de ceder ante los ineludibles protocolos de la vida cotidiana.
No hay una perspectiva que sea la suma de todas las
perspectivas. No hay, salvo en la literatura de ficción de Jorge Luis Borges,
un Aleph o punto ilocalizable que se
sustraiga a los imperativos fácticos del contexto diseñado por un conjunto de
coordenadas.
A veces, la tristeza se eleva al cuadrado. Otras, al cubo.
Una tonalidad azul tiñe la vida, nuestros actos, pensamientos y actitudes. Un
vacío visceral se instala en alma. Pero es un vacío creativo, pues de su
potencial negatividad puede surgir un BLUES.
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