
El arte, la pintura, el artista que proyecta una intuición, y después, el hermeneuta, el observador perspicaz que interpreta el contenido de la obra y elabora una idea, una tesis que transforma la imagen en palabras. Finalmente, los lectores que continúan transitando la esfera del texto, sin límites, multiplicando su sentido, llevándolo, paradójicamente, más allá de sí mismo: porque las palabras que hablan del texto lo modifican sin llegar a entrever si sigue o no siendo el mismo (si acaso alguna vez lo fue). El arte, Klee; el hermeneuta, Walter Benjamin; el lector anónimo que multiplica el sentido o la falta del mismo.
La escena ocurre en un cuadro de Klee: Angelus Novus. El ángel de la historia se encuentra trabado, inmóvil contempla la catastrofe, el pasado. Sus alas tendidas y sus ojos desencajados. El ángel no soporta esa visión, quiere recomponerlo, pero no puede, pues una tormenta celestial le impide cerrar sus alas y lo arrastra hacia el futuro. Atrás quedan las ruínas que se acumulan hasta tocar el cielo.
La escena ocurre en un cuadro de Klee: Angelus Novus. El ángel de la historia se encuentra trabado, inmóvil contempla la catastrofe, el pasado. Sus alas tendidas y sus ojos desencajados. El ángel no soporta esa visión, quiere recomponerlo, pero no puede, pues una tormenta celestial le impide cerrar sus alas y lo arrastra hacia el futuro. Atrás quedan las ruínas que se acumulan hasta tocar el cielo.
“Tal tempestad es lo que llamamos progreso.” (Walter Benjamin. Angelus Novus)