All we are is dust in the wind

All we are is dust in the wind
No hay que desperdiciar una buena ocasión de quedarse callado (Jorge Drexler: SILENCIO)

A NADIE PRETENDO COMUNICAR CERTEZA ALGUNA. NO LAS TENGO.

A lo sumo alguna conjetura, siempre desde la incertidumbre.

Hace años lo aprendí de Albert Camus. Más tarde, unas palabras de Michel Foucault volvieron a recordármelo: No hay que dejarse seducir por las disyunciones, ni aceptar acríticamente los términos del dilema: o bien se está a favor, o bien se está en contra. Uno puede estar enfrente y de pie.

"La idea de que todo escritor escribe forzosamente sobre sí mismo y se retrata en sus libros es uno de los infantilismos que el romanticismo nos legó...las obras de un hombre trazan a menudo la historia de sus nostalgias o de sus tentaciones, casi nunca su propia historia" (Albert Camus)

http://books.google.es/books?id=GiroehozztMC&pg=PA25&source=gbs_toc_r&cad=4#

PARA QUÉ SIRVE LA FILOSOFÍA. Paco Fernández.


martes, 21 de enero de 2025

 

A propósito de unos versos Clunyanos de Antonio Lorente

De miedos y ausencias

 

Soy de los que no aparcan en doble fila, sino al otro lado de la carretera

(Luigi Cesare)

 

No sé si es que no encontraba las palabras adecuadas o si mis ideas eran excesivamente confusas. El caso es que tras varios intentos de escribir un pecio, solo me quedó este breve apunte:

Recuerdo el título de un libro que leí hace algunos años: Frío de vivir. No recuerdo ni el argumento ni los personajes. Fue una de las lecturas que compartimos en aquellos tiempos en los que cruzábamos las sonrisas fundiendo la vertical con la horizontal. Entonces no existía la frialdad, o tan solo existía en el título de un libro compartido. Recuerdo un cuento de Cortazar en el que una fuerza maligna, indefinible e indescriptible, iba apoderándose poco a poco de las diferentes estancias de una casa. Los propietarios las iban cerrando a medida que la fuerza se extendía, hasta que el germen maligno conseguía instalarse por completo. Creo que termina así, pero, sinceramente, no recuerdo el final del cuento. La entrada del invierno me ha hecho recordar ambos títulos. El cuento de Cortázar comienza con la fuerza en progresiva expansión, pero el autor no nos dice cómo surge o dónde se origina. Es lo que tiene la frialdad cuando constatamos su presencia. Es inútil indagar en qué momento y dónde comenzó. Frío de vivir.  

El resultado no demasiado afortunado me condujo de un modo inevitable al Cluny. Allí siempre encuentro cobijo y acomodo entre los amigos que desde hace años nos hemos empeñado en compartir miedos y ausencias: los que nos tienen a pesar de nuestros intentos, a veces desesperados, por mantenerlos lejos de la epidermis de nuestras vidas.

Lorente, animado por el infortunado pecio que presidia el encuentro, cigarrillo en mano, nos declama unos versos: 

 

Lo que más tengo son ausencias y miedos

No se lo digo a nadie

O a casi nadie

Fue casi nadie

Hubo casi nadie

 También me da miedo aparcar en doble fila en mi vida

Tampoco lo sabe nadie

Aunque se me note

 Yo creo que se me nota

 Tengo miedo de ausencia

Un coche aparcado en mi puerta

Que me obliga a aparcar en doble fila

En mi vida

Como un vado permanente

Inabordable

 Dirección prohibida

 Cuánto me he perdido

Todo son miedos

Y ausencia

 Lo que más tengo

      Y digo yo que ausencias y miedos me tienen, no atrapado, pero sí muy bien cogido. Y digo yo que intuyo ausencias que me dan miedo y me cito con el miedo cuando atisbo ausencias en un futuro incierto. Y pregunta Arcadio, con mirada circunspecta y austera, que dónde ubicar esos miedos y esas ausencias, si en el haber o en el debe de nuestro singular libro de contabilidad existencial. Si es la vida que se empeña en cobrar la deuda que contrajeron nuestras miserias, esa misma vida en la que ya no tenemos vado permanente, por el déficit que acumula, y nos obliga a aparcar en “doble fila”. Y responde Lorente a modo de coro trágico de una obra que no se somete a los ritmos armónicos de un presente pleno, sino a reactualizaciones de nostalgias que se cuidan de no abismarse en la melancolía:

 Cuánto me he perdido

Cuando me he perdido

 Cuándo me he perdido

 Y respondemos a coro, esta vez tragicómico, en un claro homenaje a Omar Kayyam:

 Bebamos licor de limoncello, regocijémonos con los vapores de elixir que evade y aliena, basta de palabras inútiles.