
“Lo único que quiero es no morirme un día en que nadie me haya visto”, dice Leo Gursky, uno de los personajes de la HISTORIA DEL AMOR.
Gursky elabora una estrategia para no saturar al corazón con excesivas cantidades de dolor y humillación. Crea un red de desviaciones y derivaciones que distribuyen las vejaciones y reparten el sufrimiento. Gursky es consciente de que su corazón es “débil y poco fiable”, teme morir de un ataque cardíaco y, por tanto, decide protegerlo de las inclemencias emocionales de la vida.
“Cuando me muera, será del corazón. Procuro castigarlo lo menos posible. Si presiento que algo ha de afectarlo, lo desvío hacia otro sitio. El vientre, por ejemplo, o los pulmones, que pueden colapsarse en cualquier momento, pero siemrpe vuelven a tomar aliento. Las pequeñas humillaciones cotidianas...suelo encajarlas con el hígado...el pancreas lo reservo para la nostalgia de todo lo perdido...A veces imagino mi propia autopsia. Decepción que provoco en mí mismo: riñón derecho...El dolor del olvido: las vértebras. El dolor del recuerdo: las vértebras..."
Un órgano para cada conjunto de afecciones, una estrategía para evitar que el corazón se consuma en la interminable tarea de encajar las penas y las alegrías en cada uno de los latidos que constituyen la banda sonora que hace posible la vida.
La soledad, sin embargo, se sustrae a los imperativos del programa establecido por Gursky. La soledad, ya se sabe, es transgresora, no obedece a normas ni se deja limitar por las leyes. La soledad es voraz, infatigable, siempre está ahí, incluso cuando no lo parece. La soledad es insaciable: “no hay órgano que pueda asimilarla toda”.