Elevemos la tristeza al cuadrado, al cubo o a la enésima potencia. No es difícil tal y como andan las cosas. Asumamos que forma parte de nuestro particular modo de estar en la vida –como la soledad y el desarraigo-. Miremos detrás o delante, de cerca o de lejos y volvamos a constatar que no hay modo de salir de ella. Volvamos a mirar desde la perspectiva que encierra en sí todas las perspectivas, desde el aleph de Borges o el punto ilocalizable que se sustrae a los imperativos de cualquier coordenada, volvamos a mirar para constatar que al elevar la tristeza hemos arrastrado con ella también a la alegría –cuya vivencia compartida es infinitamente superior a la del sufrimiento-. Entonces, tenemos un blues, una cita entre la alegría y la tristeza, un estado en el que no sabemos si las lágrimas que llora la guitarra son de angustia o de júbilo. Entonces, tenemos un blues, y no sabemos si el piano ríe o llora, si baila la danza de la desesperación o la de la dicha de estar vivos y escuchar música para no dejarse poseer por la tristeza ni ser victimas de los engaños de una desaforada alegría.
LITERATURA / BLACK OUT, DE VÍCTOR CLAUDÍN
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*Yo sabía que ella pensaba en otro mientras lo hacíamos. *Así empieza la
última novela publicada de Víctor Claudín (Madrid, 1954), escritor de raza
qu...
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