Aforema 1015
Desesperanza e
incertidumbre
La nueva década me ha sorprendido
con un ataque directo a mis entrañas. No a mis entrañas espirituales saturadas
de viejos y nuevos fantasmas cada uno de los cuales se arroga el derecho de ser
“yo”.
Hablo de mis intestinos, esas
vísceras tan sensibles a los cambios dietéticos, que se alteran cuando se ven
sometidas a la recepción de alimentos heterogéneos en un espacio corto de
tiempo.
El hombre es lo que come, decía
el filósofo. ¿En qué nos convertimos cuando somos capaces de ingerir lo que
sabemos que va a alterar nuestro aparato digestivo, y no de un modo alegre y
festivo, sino doloroso y francamente humillante.
No todo placer es admisible,
vuelvo a leer en Epicuro. No todo dolor es evitable.
Hay renuncias que matan y hay
otras que al final mueren. La renuncia no implica la resignación, como la
desesperanza no se identifica con la desesperación. Una renuncia sin resignación,
no estoica, sino más bien, epicúrea, siempre abre una puerta a lo incierto. La
desesperanza se proyecta en expectativa, pues un ser desesperado no puede crear
nada más allá de los infinitos movimientos de una autocompasión complaciente.
Aquí sí, desesperarse es resignarse.
Así, entre lo incierto y la
desesperanza, sigo considerando importante la pregunta que formulara uno de los
personajes de El cuarteto de Alejandría:
¿Cómo interpretar el silencio que nos rodea?