Aforema 1809. Escepticismo 3.
Los hombres amontonan errores en sus vida y crean un monstruo al que llaman destino.
(John Keats)
No sé cuánto pesan los errores. Pero sí que pesan más que los aciertos. Lo constato cuando intento vaciar la mochila que me acompaña desde que nací. Quizás la proporción sea de diez a uno. No sé, tampoco tiene tanta importancia. Lo que sí sé es que detecto mejor los errores que los aciertos. Es decir, sé cuándo un error lo es (otro asunto es que lo reconozca), pero nunca estoy seguro de si realmente acierto cuando creo que lo hago. La acumulación de errores puede tener consecuencias terribles pues incrementa el tamaño y la fuerza de la “catástrofe” que llevo en mi mente, de ese magma constituido por el dolor o sufrimiento que he provocado en los demás y en mí mismo. En cuanto a sus consecuencias, los errores también superan a los aciertos. Los efectos que causan los errores son más nefastos que los beneficios que provocan los aciertos. Lo cual contribuye a incrementar la intensidad, cuando se manifiesta, de la catástrofe que anida en mi mente.
Leyendo a Fernando Savater, he encontrado una cita de Thomas Bernhard -un escritor al que leí en mi juventud con interés y pasión, sobre todo su novela EL MALOGRADO: “En cada cabeza humana se encuentra la catástrofe humana que corresponde a esa cabeza”. Un aspecto de la catástrofe es la conciencia plena de que uno tiene la solución para mejorar a los demás, a la sociedad, al mundo. Y todo ello, independientemente de lo que piensen los demás, la sociedad o el mundo. Al hilo de lo dicho, el comentario de Savater no tiene desperdicio:
“Lo malo no es llevar una catástrofe en la cabeza…sino proyectarla sobre los demás, imponerla, convertirse en misionero o comisario de la propia catástrofe…Así empiezan las tiranías…el terrorismo…los mesías...todos los que no renuncian a hacer algo por la Humanidad. Gente peligrosa…a la que se le sale la catástrofe del coco y avanza vociferando…entre el arrobo fatal de los pardillos y el pavor de los mejor avisados.”
En definitiva, hay que estar en guardia por si se presenta algún imperialista de la catástrofe, alguien que quiera imponer su catástrofe. Hay que vacunarse contra el contagio catastrófico. Hay que actuar como un “guerrillero contra la inmaculada concepción de las catástrofes imperialistas” (Savater, de nuevo). Ha habido guerrilleros contra la impostura catastrófica que no han ahorrado en munición contra la imposición de catástrofes ajenas. Lidiar con su propia catástrofe ya era una tarea inmensa. A dichos guerrilleros se les llama ESCÉPTICOS.