All we are is dust in the wind

All we are is dust in the wind

A NADIE PRETENDO COMUNICAR CERTEZA ALGUNA. NO LAS TENGO.

A lo sumo alguna conjetura, siempre desde la incertidumbre.

Hace años lo aprendí de Albert Camus. Más tarde, unas palabras de Michel Foucault volvieron a recordármelo: No hay que dejarse seducir por las disyunciones, ni aceptar acríticamente los términos del dilema: o bien se está a favor, o bien se está en contra. Uno puede estar enfrente y de pie.

"La idea de que todo escritor escribe forzosamente sobre sí mismo y se retrata en sus libros es uno de los infantilismos que el romanticismo nos legó...las obras de un hombre trazan a menudo la historia de sus nostalgias o de sus tentaciones, casi nunca su propia historia" (Albert Camus)

http://books.google.es/books?id=GiroehozztMC&pg=PA25&source=gbs_toc_r&cad=4#

PARA QUÉ SIRVE LA FILOSOFÍA. Paco Fernández.


viernes, 1 de marzo de 2024

Aforema 0959 Secuencia y consecuencia

 

Aforema 0959             

Secuencia y consecuencia

Leo un artículo de José Luis Pardo: “Albert Camus o la arena en el engranaje” (En RDL –Revista de Libros-). Y reinterpreto sus sugerencias sobre el absurdo en la filosofía del escritor francoargelino. Será mi última lectura antes de sumergirme en el intento de desmontar los argumentos (si los hubiere) del Oublier Camus de O. Gloag. Procrastinar es un verbo que conjugo con cierta soltura cuando me enfrento a una tarea que considero difícil de realizar debido a mis carencias intelectuales. Menos mal que voluntad y decisión no me faltan: por orgullo o vanidad. Da igual, es lo de menos, los motivos son tan subjetivos que no merece la pena explicitarlos. Quizás sea una cuestión de autoestima, pues nunca he pensado que yo pudiese estar a la altura de las tareas y objetivos que me propongo en el campo de la filosofía. Encuentro, por doquier, personas mucho más capacitadas que yo. Y ese es el caso cuando leo el breve artículo de José Luis Pardo.

No se trata de definir el “absurdo”, sino de mostrar las connotaciones de un término o un concepto tan presente en la filosofía y en la vida. A mi juicio, la “continuidad de la vida” es una falacia que se deriva de la tendencia a establecer un hilo conductor, tejido de causas y efectos, en el discurrir del tiempo. La duración no obedece a una trama causal al modo de la estructura de la novela clásica: inicio, problema-nudo y desenlace. Su modo de darse es la yuxtaposición. Su modelo no es Hegel, sino Tucídides. El discurrir de la vida, de cualquier vida, no se asemeja a una narración, sino a un collage. Cierto es que las cosas ocurren unas después de otras –el tiempo es unidireccional. Pero la relación entre A, B, C…es secuencial, no consecuencial. Pretender que lo real y lo racional son una y la misma cosa, no es más que un efecto de la hybris o desmesura. La vida no responde a las exigencias de los razonamientos, los hechos no se organizan según el esquema inferencial de premisas y conclusión. Coincido con Pardo en que el relato que organiza los hechos según el esquema consecuencial: “…como si estuviesen tramados en un argumento de destino…”, tiene más que ver con la ideología que con la vida. Y es aquí donde adquiere relevancia el “absurdo”. Dice con acierto Pardo que “Al hecho de que las cosas sucedan ‘una después de otras’ (sin engarzarse en un muthos compuesto y de final contundente) es a lo que Camus llama, básicamente, “absurdo”. Se equivoca de principio a fin quien vea negatividad y pesimismo en esta “descripción” del acontecer vivido por el individuo, sujeto de… y en su vida. Más bien, al contrario. El absurdo activa a individuo, es “un principio de acción”, dice Pardo. Es, dice Camus en El mito de Sísifo, un punto de partida que tomado en serio lleva a la “revuelta” (utilizo este término por una sugerencia de mi amigo Antonio Lorente, que siempre lo ha preferido a “rebelión”): contra la indiferencia de lo real, contra nosotros mismos, con los demás: “Me rebelo, luego somos”, afirma el autor en El hombre rebelde.  El absurdo es un dato, no una conclusión. Se trata, entonces, de rebelarse contra la tentación de eliminarlo, vencerlo o superarlo, es decir, debemos (principio formal de carácter ético o moral) aprender a vivir con él. No es algo abstracto, sino concreto que exige, desde el momento que nos anudamos a su existencia, y por mor de cierta fidelidad a nuestro planteamiento, renunciar a los principios y fines abstractos, y, sigo citando a Pardo, “…abrazar bienes concretos e inmediatos…”.

La historia del siglo XX es la de los diferentes intentos ideológicos y filosóficos de superar el absurdo, de eliminar la tensión entre “lo que es” y “lo que debería o podría ser”. Ejemplo de ellos son los totalitarismos fascistas y comunistas que implantaron programas políticos para lograr lo que pensaban que era la solución definitiva a todos los problemas de la humanidad (o de los que ellos entendían por humanidad). La rebelión de Camus es una “revuelta” contra la tentación totalitaria. El totalitarismo desprecia la yuxtaposición en beneficio de un relato o narración consecuencial que lleve a un mundo que afirma su ideal de humanidad en detrimento de lo humano. El totalitarismo rechaza a Tucídides para abandonarse a la teleología hegeliana. De ahí que la Historia no sea otra cosa que Teodicea, es decir, una de las formas que adopta la poesía o la teología política. Es decir una ficción ideológica cuyo principio es que el fin justifica los medios: el sacrificio del presente a un futuro diseñado por el los directores de conciencia, el asesinato o eliminación de todo elemento que obstaculice el proceso que lleva a la consecución del fin estipulado, etc. El absurdo, la tensión trágica que impregna la vida y la historia, representa, a juicio de Pardo, “…la evidencia de que no habrá nunca una justificación histórica última o definitiva”. Concluyo con mi adhesión al breve aforema de Odo Marquard: no cabe otra cosa que decir, de una puñetera vez, “adiós a los principios”.