Ráfagas críticas
Circula por Youtube un vídeo del
profesor Antonio Campillo:
En dicho vídeo, Campillo hace una
descripción y un diagnóstico de la pandemia que nos afecta. Apunta, también,
una etiología del fenómeno y formula dos imperativos que deberían regir nuestra
vida post-pandémica.
Como uno lleva el veneno de la
crítica en sus venas, no puede, no puedo, resistirme a la tentación de hacer un
breve comentario al respecto.
Antes de comenzar, he de confesar
mi admiración por quien fue mi profesor durante los años universitarios, he de
celebrar el trato que me ha dispensado siempre cuando, por unos u otros
motivos, nos hemos encontrado. Su trato siempre ha sido exquisito, así como su
generosidad. He leído casi todos sus libros y he de decir que he aprendido de
ellos. Mi ignorancia pues no tiene nada que ver con él ni con sus obras, sino
con mi connatural incapacidad para la comprensión del mundo en el que estoy
instalado.
Lo primero que me llama la
atención es que Campillo no habla en su nombre, sino que el sujeto de enunciación
de su discurso es la misma filosofía. Esto me inquieta porque soy de los que
piensan que uno siempre habla desde una determinada perspectiva o instalado en
una determinada tradición filosófica o cultural. El discurso nunca es neutro.
No existe, al menos en las cuestiones filosóficas, un lugar reservado para los
imparciales. La atalaya desde la que juzgamos, evaluamos, analizamos, etc.,
está apoyada en toda una serie de presupuestos que condicionan nuestro discurso
y nuestras palabras –no menos nuestras acciones-
Tras calificar la situación en la
que nos encontramos como una “situación de emergencia global” para lo cual se
han tomado “medidas extraordinarias”, recurre de nuevo a la filosofía en tanto
materia que nos permite construir mapas vitales para orientarnos en el mundo.
No puedo estar más de acuerdo con él en esta función que atribuye a la
reflexión filosófica, sea académica o mundana. Sin embargo, echo de menos algún
comentario sobre esas “medidas extraordinarias”, sobre las cuales no hay un
consenso sólido y que, en los últimos días, están siendo puestas en duda, como,
por ejemplo, el manifiesto contra el confinamiento que se puede encontrar en
Tras el diagnóstico, pasamos a la
etiología. La pandemia no ha surgido al azar. Eso es evidente. ¿La actividad
humana es la causa? Esto es discutible o, por lo menos, el grado de
responsabilidad que hay que atribuirle. Pero la discusión no puede llevarse a cabo
a partir de enunciados tan generales y abstractos como los que atribuyen la
causa de la pandemia a “la religión del capitalismo” o “el poder del dinero”. El
capitalismo presenta rasgos que podrían asemejarlo a una religión, secular, en
todo caso, pero no es una religión. Igual que el comunismo, el consumismo o el
diletantismo musical. Hablar del “poder del dinero” no es menos abstracto. Se
podría pensar que el dinero es un instrumento del poder. Porque el poder
utiliza el dinero y produce el dinero. Y el dinero ayuda a utilizar o producir
diferentes formas de poder. La cuestión es para mí demasiado compleja como para
reducir a un enunciado abstracto que simplifica la realidad.
En cuanto a los dos imperativos
morales, no puedo decir sino que constituyen nuestro horizonte vital. Por
supuesto que tenemos que cuidarnos, por supuesto que debemos cuidar nuestro
ecosistema, el problema, y en esto la filosofía ayuda bien poco, es responder a
la cuestión: ¿Cómo?