Día 22 de marzo. Día 7 de confinamiento.
Día gris. Abro al
azar un libro de Tzvetan Todorov: pensador búlgaro de nacimiento y
francés de adopción. Un intelectual que ha continuado esa línea
espiritual y reflexiva de la que forman parte escritores de la talla de
Albert Camus o George Orwell: pensaron su época, su momento histórico,
de un modo implacable, sin concesiones al lirismo irenista de la
utopías, ni a la épica mesiánica de las religiones seculares que,
inspiradas en la célebre sentencia nietzscheana de que “Dios ha muerto”,
han derivado en fórmulas y regímenes totalitarios fundamentados en la
perversa certeza de que el fin siempre justifica los medios.
Todorov no es un filósofo, ni un historiador, ni un sociólogo, ni un
teórico de la política. Es todas esas cosas por la intensidad de su
pensamiento y la virtud de exponerlo de un modo inteligible. Rescato sus
palabras porque son un buen ejemplo para los que creemos que no todo
vale y que no todo está perdido:
“Rechazar el maniqueísmo
significa ser consciente de que el mal no es del todo ajeno a nosotros y
de que no siempre hay que eliminar al que lo comete. Rechazar el
nihilismo, o el relativismo radical, significa comprometerse
decididamente en favor de determinados valores. El camino que permite
unir estos dos rechazos es estrecho, y no estoy seguro de haberme
mantenido siempre en él, sin inclinarme hacia un lado o hacia otro. Pero
sigo estando convencido de que, aunque estrecho, existe y podemos
tomarlo. Y es el camino que me gustaría recomendar a todos.”
Noche gris. El insomnio llamó a mi puerta y yo en un descuido lo invité a
entrar. Noche en la que el tiempo es silencio y el silencio es tiempo.
Intentó convencerme de que la vida es absurda con palabras carentes de
ritmos y de rimas. Grité para adentro, ese grito que nadie oye porque se
hunde en mis entrañas. Protesté en voz baja. Los demás dormían. Situé
correctamente los paréntesis, los vacíos y las grietas por las que se
nos escapa la alegría. Pensé en un Dios en el que no creo pero me confié
al buen juicio de quienes si creen: Simone Weil y Edith Stein son un
buen ejemplo de ello. Dos mujeres-luz, dos pensadoras en tiempos de
oscuridad, por utilizar las palabras de Hannah Arendt.
El
insomnio, a veces, miente, corroe el alma y persuade de que todo es
banalidad, miseria y desesperación. El insomnio vuelve opaco lo
transparente.
El mundo es pétreo. Pero las piedras también se
agrietan, son porosas. La vida puede ser tan dura como pétreo es el
mundo. Pienso que es un deber moral encontrar esos poros y crear esas
grietas.
Insisto en ello: no soy creyente. No obstante, creo que
hay que valorar una doctrina, sea cual sea, teniendo en cuenta tanto su
grandeza como sus miserias. No existe lugar para el rechazo total y
absoluto. Tal actitud es cosa de adolescentes. Y creo que hace mucho
tiempo que dejé de serlo. De ahí que incorpore palabras e ideas
procedentes de diferentes fuentes, incluso si son juzgadas como
contrarias o contradictorias por aquellos que creen poseer la verdad
absoluta. De ahí que considere la actualidad de dos preceptos que
deberían funcionar como ideales regulativos de la razón y de la praxis:
“El que ama al prójimo ha cumplido la ley”
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
Cada cual es libre de interpretarlos según estime oportuno. Mis amigos
ateos me reprocharán que recurra a citas neotestamentarias. Mis amigos
creyentes me mirarán sorprendidos. Así entre el reproche y la sorpresa
de los otros sigo intentando domesticar mi naturaleza y sujetar mi
temperamento. Lo cual no es tarea fácil.
Vuelvo a lo cotidiano.
Hoy toca desinfección de pomos y espacios de contacto. Llueve, pero el
día ya no me parece tan gris. La imagen de tu rostro ha conjurado la
amenaza del absurdo.
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