All we are is dust in the wind

All we are is dust in the wind

A NADIE PRETENDO COMUNICAR CERTEZA ALGUNA. NO LAS TENGO.

A lo sumo alguna conjetura, siempre desde la incertidumbre.

Hace años lo aprendí de Albert Camus. Más tarde, unas palabras de Michel Foucault volvieron a recordármelo: No hay que dejarse seducir por las disyunciones, ni aceptar acríticamente los términos del dilema: o bien se está a favor, o bien se está en contra. Uno puede estar enfrente y de pie.

"La idea de que todo escritor escribe forzosamente sobre sí mismo y se retrata en sus libros es uno de los infantilismos que el romanticismo nos legó...las obras de un hombre trazan a menudo la historia de sus nostalgias o de sus tentaciones, casi nunca su propia historia" (Albert Camus)

http://books.google.es/books?id=GiroehozztMC&pg=PA25&source=gbs_toc_r&cad=4#

PARA QUÉ SIRVE LA FILOSOFÍA. Paco Fernández.


domingo, 16 de abril de 2023

Aforema 1139 Escepticismo 6

Aforema 1139       Escepticismo 6

Decir “soy solidario” es un despropósito enorme, tanto como decir “soy escéptico”. Entre los atributos de la solidaridad o el escepticismo no se encuentra la universalidad. O dicho de otro modo, no se puede ser solidario o escéptico de un modo absoluto. Se es solidario o se es escéptico con respecto a alguien o algo: un colectivo, una persona, una idea, etc. Lo mismo vale para la generosidad, el altruismo y demás tendencias de los seres humanos. En la generosidad –el altruismo o la filantropía- también se seleccionan los objetivos. Mientras escribo estas líneas recuerdo la conocida respuesta de Hannah Arendt a una pregunta o, más bien, un reproche de Gershom Scholem. Reproduzco la situación de un modo ficticio –aunque como se dice en las películas esté basado en hechos reales:

 Scholem: Sra. Arendt, por sus escritos y posicionamientos con respecto a la discriminación y maltrato del pueblo judío a lo largo de la historia, parece que, a pesar de ser usted judía, no lo ha amado lo suficiente como para apoyarlo de un modo incondicional.

Arendt: Nunca en mi vida he amado a ningún pueblo o colectivo, sólo amo a mis amigos y el único género de amor que conozco y en el que creo es el amor a las personas. 

                                                         Every time you come around / You are a little mystery to me 

                                                                                                           (Nick Cave)

 


 

 

 

 

 

 

jueves, 13 de abril de 2023

Aforema 0845 Escepticismo 5

Aforema 0845     Escepticismo 5


Todo poder (incluso el que se ejerce en las democracias contemporáneas) tiene una impronta totalitaria, aspira a dominar de un modo absoluto y exige, por tanto, una sumisión o servidumbre no menos absoluta. Dicha servidumbre puede ser voluntaria (De la Boetie) o inducida por instrumentos legitimadores, como los mitos fundacionales, cuyo objetivo es infantilizar a la población y procurar su tutela paternalista. La función de dichos mitos no es otra, dice Javier Gomá, que “la sacralización de lo público”, es decir, “hacer que las leyes no solo reglamente la libertad exterior de las personas sino que sus mandatos vinculen también sus conciencias, e inversamente, que los incumplimientos de las leyes, además de merecer castigo jurídico, sean reputados adicionalmente profanación, sacrilegio o herejía”. Dios ha muerto, dice Nietzsche, pero su sombra es larga, la misma que proyecta un espacio en el que el vacío dejado por la divinidad ha sido ocupado por los ídolos modernos o contemporáneos: el Estado, la Economía, la Ley, la Cultura, la Naturaleza, la Historia, etc.

Todo poder es idólatra. Y no hay mejor modo de combatir la idolatría –desde una vocación iconoclasta- que adoptando una actitud escéptica equidistante del integrismo y la dispersión axiológica del “todo vale”. Combate que utiliza la profanación (Agamben) como instrumento performativo: despojar de toda connotación sacra, religiosa o mágica, a toda palabra, acción o institución.  

Respirar, decía Albert Camus, es pactar con el Estado. Y cuando digo respirar, digo también escribir, amar, sentir, estudiar, afirmar y negar. En definitiva, digo, sin lugar a dudas, vivir. El capitalismo, nuestra realidad más inmediata, se reinventa continuamente y nos propone nuevos ídolos ante los que inmolarnos. Así, respirar es pactar con los caprichos y devaneos del mercado: esa entelequia, tanto más real cuanto ilocalizable, que todo justifica y que a todos exonera de culpas o responsabilidades.

Uno aprende que no hay modo de esquivar la tentación de poseer cosas, personas o ideas. Uno aprende que poseer es uno de los modos de ser poseído, que tener cosas, personas o ideas, es una modalidad de enajenarse en esas cosas, personas o ideas. Pero uno olvida aquello que aprende, y aprende, también, a olvidar. Olvidamos las palabras, las caricias, los besos y los abrazos. Olvidamos los versos y las rimas. Olvidamos la mirada que una vez acogimos y domesticamos. Olvidamos el deseo. Y, en medio de tanto olvido, nos cobijamos en las cosas, las personas o las ideas que poseemos –o creemos poseer. Y, así, poco a poco, entre la necesidad de poseer y la fatalidad de olvidar, la vida se llena y se vacía, paradójicamente, al mismo tiempo.

Hoy la lógica capitalista borrosa da una nueva vuelta de tuerca al mundo, a la economía, a nuestras vidas, a lo real. Vivimos una nueva época de miedos y temores añadidos. Miedo a perder el trabajo que ya no se tiene o la casa que ya no se posee. Miedo, no ya al futuro, sino al mismo presente que niega, que no soporta afirmar, un porvenir vacío de contingencia e incertidumbre, porque todo mañana ha sido ya descrito en el juego de las previsiones y las estadísticas.

Hoy se acusa de ilegítima defensa a quienes ejercen su derecho a rebelarse contra la situación que han creado políticos corruptos, banqueros depredadores y empresarios burbujeantes. Hoy no sabemos hasta dónde llegará la acusación de todos aquellos que han provocado que, en esta época de miedos, el mayor miedo tenga que ver precisamente con ese mañana que no veremos pero que sufrirán nuestros hijos.

Ante este panorama, la actitud escéptica se erige hoy como la condición de posibilidad de la conciencia crítica, como un dispositivo contra el miedo inducido por la vocación totalitaria del poder.